diciembre 10, 2012

Adicción

En realidad no sé por donde empezar, siempre es difícil mostrar ante otros nuestra parte más vulnerable, en fin aquí estoy para aceptarlo: soy yo y soy adicta a la tristeza. Debo confesar que no es a cualquier clase de tristeza, con el tiempo me he vuelto selectiva porque no toda la tristeza sabe igual y uno va aprendiendo a diferenciarla, a saber cuál le gusta más y cómo utilizarla.

No sé cuando comencé, pero recuerdo cuando descubrí cual era mi tipo de tristeza: tenía 16, no lo esperaba y nunca pensé que fuera a necesitarla tanto. Él, mi primer “distribuidor” llegó y se fue pronto, la dosis fue pequeña pero el efecto duró varios meses, con ese encuentro comenzó la adicción; cuando me di cuenta que se fue justo cuando comenzaba a quererlo. Después busqué a otros que me provocaran lo mismo. Las dosis más interesantes de tristeza vinieron con aquellos a quienes quise sin que lo supieran.

No soy adicta a enamorarme. Enamorarse es fácil: uno sólo tiene que poner en el otro cualidades y virtudes que no existen, idealizarlo, imaginar un futuro, esperar a que suceda y es todo. No, lo que yo busco es esa parte donde comienza el desencanto, cuando se vislumbra el abandono y es evidente el desinterés; ahí comienzan las dosis pequeñas de tristeza que van aumentando con la ausencia.

Lo que yo necesito es sentir la soledad, el hueco en el estómago, la presión sobre el pecho y la falta de apetito; culparme por las cosas de las que no soy responsable y el dolor que causa cada palabra dicha. Lo que necesito es que esta tristeza crezca, eso es lo que busco…

Valeria ML

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