Hay algo en ella que me obliga a seguirla, me
arrastra y no puedo evitarlo, por eso sigo aquí temeroso, sin entender qué es la
fuerza que me atrae a esa mujer.
No sé si es ella quien me busca o soy yo quien se
deja encontrar, pero de vez en cuando aparece ante mí y –aunque no quiera- la
dejo que se quede, y se vuelve un terrible viento que arrancaría de la tierra
hasta el árbol más fuerte, entonces tengo que doblegarme, de no hacerlo, mi
tronco se rompería a la mitad y como arrastrado por un tornado, quedaría hecho
pedazos. Así es como sobrevivo, consintiéndolo todo. Cada día me ama menos -lo
sé-, pero no entiendo por qué sigue viniendo hasta aquí para atormentarme.
Hoy no pude más. Llegó hecha un incendio quemándolo
todo. Tuve miedo, pero ese miedo desaparecía igual que la curiosidad de un niño
ante el fuego, ante ese peligro que hipnotiza y del que no pude alejarme. No
supe en qué momento ni cómo llegué hasta su lecho.
Me acarició suavemente, sentía su calor en mi cuerpo,
pero no era normal -no era el calor que ya conocía- ahora me quemaba, sentía
como ardía mi piel con el rose de sus manos, me dolió, pero no pude detenerla.
De un momento a otro me encontré desnudo, vulnerable, sin nada qué hacer más
que rendirme ante su tormenta de fuego.
Por un momento pensé que era mi final, que moriría
calcinado en los brazos de aquella a quien yo había amado y mientras lo
pensaba, llegó a mi boca. Comencé a besarla con la misma intensidad con que
ella lo hacía y sin darme cuenta, me convertí en aquél fuego, la recorrí toda,
besándola, quemándola. Entonces me miró a los ojos y descubrí cómo se consumía
suavemente hasta convertirse en cenizas.
Abrí la ventana para observarla, el viento de la
tarde entró en la habitación, revolvió sus cenizas y la miré alejarse. Ella ya
no es viento, ya no es fuego, ya no es nada, estoy tranquilo ahora.
Valeria ML
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