junio 30, 2013

Microcuentos

Libertad

Entonces miró al pájaro: cansado ya sin plumas, y comprendió que aquella era la manera en que se perdía la libertad.

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Saco Negro

Aquí siempre hace frío, por eso usaba siempre el saco negro. Desde que abrimos el bar él venía, era viejo, pero no recuerdo bien su rostro, ni su mirada, sólo me acuerdo de su saco negro, usado, sucio. Se sentaba todas las tardes en la mesa junto a la puerta, tomaba un trago y fumaba un puro, colgaba el saco en la silla, le sacudía las cenizas, le quitaba con cuidado las pelusas y, de vez en cuando, le zurcía el dobladillo a las mangas pero pronto estaban descosidas otra vez. Es muy raro ver ahí colgado el saco - ya más gris que negro- llenándose de polvo, deshilándose más, matándose en el tiempo. Yo no lo muevo, sigue ahí esperando que el hombre vuelva por él.


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Carnaval

Ya era una costumbre: se levantaba, se metía a bañar y aquel diablillo le brincaba encima, salía con él poniéndoselo como una camisa y a pesar de que le casaba, de que le dolía la espalda, nunca le pedía que se bajara.
El día del carnaval, había dicho que no saldría de la casa, pero la música y el ruido de las calles convencían a cualquiera. Se puso un ropón blanco y un antifaz, alborotándose el cabello se trepó al demonio a la espalda y salió. Caminó entre la multitud que iba y venía, con el alboroto y sin pensarlo mucho empezó a bailar, brincaba y agitaba los brazos, llevado por el ritmo de la gente. Al pasar junto al río se miró y se dio cuenta de que había perdido a su demonio. Ya no estaba ahí, seguro se había caído durante el baile. Lo buscó entre la multitud, pero con las máscaras y los sombreros nunca lo encontró.

Ha pasado el tiempo, de vez en cuando lo busca, aunque en verdad piensa que es mejor así "porque es más difícil bailar cargando un demonio".

Valeria   M.L




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