He odiado esta cacería desde el primer momento, tú vuelves,
disparas y me dejas herida. Quisiera dejar de sentirme tu presa y alardear que
te he olvidado, pero no es así, todavía me acuerdo de ti, en especial los
miércoles cuando paso por la vinatería.
Recuerdo haber comprado ahí más de alguna botella para
celebrarnos y después sentir tu respiración, mirar tu desnudez en la penumbra
de aquella habitación, de la que preferíamos no salir.
Te amé, pero ahora existe esta tendencia a borrar todo lo que
fuimos y poco a poco, todo lo que era tuyo –nuestro- se ha ido en este afán de
olvidarte. Tus cartas ya no existen, no puedo mirar tus promesas en papel, he
sacado la ropa que seguro le hace falta a alguien y que aquí sólo estorba. He
tirado tu cepillo, tus perfumes y el par de zapatos que se quedaron bajo la
cama. Sin embargo, hubo algo que puso resistencia: el reloj de pared, ese viejo
aparato que tanto nos gustaba. Yo no quería, pero tuve el valor de deshacerme
de él, porque sólo marcaba los segundos que ya no somos.
Valeria M.L.
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