Sonó el teléfono,
era de madrugada y contesté muy asustada, con esas llamadas uno sólo
puede esperar lo peor. –“Por favor, tienes que venir ahora” –“ ¿Qué sucedió?” –
Pregunte – “l’ amour imparfait”[1]-
dijo y colgó.
Tardé diez minutos en llegar a su casa. La puerta estaba
entreabierta y entré, supuse que la dejó así porque ya no estaría en
condiciones de atender cuando yo llegara. La encontré sentada en la sala frente
a un vaso grande y sus manos (o lo que quedaba de ellas) sobre el vaso.
Hacía mucho tiempo que no la veía tan mal, lloraba y ni
siquiera podía entender lo que trataba de decirme. Intuí que Carlos se había
ido, estaba devastada y tenía razón, a los ojos de todos aquella relación era
perfecta. Creía que mi hermana era realmente afortunada de tener a alguien como
él.
Mientras pensaba en ello y trataba de comprender lo que me
decía, me di cuenta que el vaso ya no era suficiente, se desbordaba. Fui a la
cocina a buscar un recipiente más grande. Gisela desaparecía lentamente: el
cabello le goteaba, casi no quedaba nada de su rostro, apenas podía verle el
cuello. Tomé una toalla y comencé a secar todo, verla hacerse agua no era agradable,
menos porque me tocaba limpiar a mí y como siempre, tenía la responsabilidad de
mantenerla toda junta, cuando se hace líquida nunca vuelve del todo completa,
siempre hay algo de ella que se evapora. Finalmente la vi desaparecer por
completo, nunca antes había llegado a ese
punto. Una vez que la reuní, comencé a hablarle para tratar de animarla. Paso
la noche sin ningún resultado, decidí dormir un poco y resignarme, volverla a
ver me tomaría más de una semana.
Valeria ML.
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