Había conducido todo el día, se sentía agotada y decidió
parar. Llevaba mucho tiempo huyendo de todo y ya no podía más. Detuvo el auto,
ella y su perro bajaron a descansar.
No había nada, ni nadie, solo el silencio, la noche y un gran campo con algunos árboles al borde del camino. Se sentó en el cofre del coche, tomaron un poco de agua y guardó silencio. Por primera vez en mucho tiempo sintió paz, no pensaba en nada, solo en el canto de los grillos, y observaba cómo el perro al correr, hacia volar un montón de luciérnagas que iluminaron la noche.
Estaba tan absorta en aquel espectáculo que no se dio cuenta
en qué momento él estaba sobre ella. Se acercó por su espalda lentamente
haciéndola sentir un escalofrío, acarició su cabello, se enredó en su cuello, recorrió
su espalda y comenzó a susurrarle en el oído canciones suaves e historias
escuchadas en sus viajes. Ella sólo cerró los ojos y se dejó llevar. Aquel
viento frio del otoño la atrapó, nadie nunca la había tocado así, ni le había hablado
como él. Se dio cuenta que aquel viento jamás la abandonaría la seguiría a
todas partes acariciándola.
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