abril 03, 2013

Jamás

Esa noche hacía frio pero no me importó. Caminaba absorta escuchando el diálogo entre el viento y los árboles iluminados por la luz blanca de la luna. Entonces lo vi, en medio de la colina había un árbol distinto: tenía un tronco delgado, curvilíneo, daba la impresión de ser un cuerpo de mujer; dos de sus ramas apuntaban hacia lo alto, como estirándose. Se le veía joven, como un árbol recién plantado pero no era así, había estado ahí siempre; la forma de sus hojas y  su aroma cálido, me hicieron distinguirlo de inmediato: era un laurel.


Aspiré profundo aquel olor y me dirigí hacia él, embelesada por los aromas y los recuerdos, entonces, algo detuvo mi paso y frente a mi apareció él. Era un joven esbelto, con rizos obscuros y ojos negros como aceituna, pero con una mirada vieja -cómo su hubiera siglos en ella - llevaba un arco al hombro y una lira bajo el brazo; nunca lo había visto pero lo reconocí, me quedé inmóvil, como un árbol más en aquella colina.

Con un gesto ceremonioso aquel hombre se aproximó al laurel, abrazó su tronco con dulzura y comenzó a hablarle. El árbol se sacudió inquieto como si quisiera huir, él no dejaba de mirarlo, de tocar suavemente el tronco con sus manos, yo nunca había visto que alguien le hablara con tanto amor a un árbol.

Después de un rato de torpes caricias, el hombre comenzó a cortar algunas ramas y hojas del laurel, el árbol parecía intranquilo -como si lo atacaran a pesar de aquellos gestos de amor- pero se quedó ahí, mudo. Entonces él comenzó a trenzar las ramas que había cortado hasta formar una corona, al terminar tomó la lira y cantó una hermosa canción en una lengua extraña, besó el laurel y se retiró del lugar.
 
Una vez que el hombre se fue, el árbol sacudió su tronco y sus ramas en un gesto de descanso – parecía que aquella situación le era incómoda -  y liberó su aroma con un suspiro. Yo seguía ahí, inmóvil e incrédula ante aquella ceremonia ¿Había sido testigo de la existencia de un amor no correspondido durante siglos? No lo sabía. Volví a casa, impregnada por el aroma de aquel laurel, que había sido presa de los amores de Apolo.
Valeria ML

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